DND (Do not disturb) - No molestar.

 




Se sentía como terciopelo el recorrido de su dedo por mi espalda, inundándome de un incómodo placer, de esos que quieres repetir. Tomé mi silla e intenté acercarme a él sin entorpecer su recorrido, dejándole en claro mi total aprobación a su actuar.

Nos habíamos sentado en la última mesa del restaurante, esas mesas vip que ocultan a sus comensales de distintas formas. Desde el inicio sabíamos que todo iba a terminar así, intoxicados de dopamina.


Su recorrido llego a su final, mi falda. Esa tela traviesa detuvo su andar.  Sus ojos se clavaron en los míos, el silencioso jadeo de nuestra respiración era lo único que rompía el silencio entre nosotros.

Sentía como mis músculos se tensaban y relajaban, esa sensación que te hace cerrar los ojos para solo sentir como se va encendiendo cada milímetro de tu cuerpo.

Sentía la silla, las contracciones de mi sexo y su humedad, sentía  como, en cada respiración, olas el deseo subían desde la silla a mis hombros.

Mi mente se había transformado en un torbellino obsesivo: lo único que podía imaginar era lo que le haría.

Se nos acerca la mesera y nos pregunta si queremos ordenar algo más, a lo que yo le respondí: un DND por favor.  Ella asintió, retiró todo de la mesa y cerro tras de ella la puerta.

El desconcierto por mi extraña petición a la mesera y el alivio de vernos por fin encerrados a solas se leía en su mirada que vibraba expectante. Deslicé la mesa a un lado y me acomodé sobre él, atrapando su rostro entre mis manos impacientes.

Me apretó contra él con tal fuerza que apenas podía respirar. Lo besé con hambre, invadiendo su boca, intoxicándolo con el mismo deseo que me devoraba. Sus manos entraron bajo mi blusa, abrazando mi cintura, y yo levanté los brazos para que me liberara de ella. Mis manos se pusieron con la misma urgencia  a la tarea de liberar de su prisión al objeto de mi deseo: solté su cinturón y lo tiré sobre la mesa, abrí esos botones tensionados y me detuve solo un segundo a devorarlo con la mirada. Me incorporé apenas, y él levantó la cadera, bajándose los pantalones lo suficiente para dejar al descubierto su dureza, erguida, palpitante, que me reclamaba con la misma urgencia que un puzle reclama por su pieza faltante.

Ahora con sus manos en mis caderas yo tomaba posesión de ese incendio rígido que no hacía mas que tentar mis ganas.

Tragándonos los gemidos comenzó el baile: mis caderas iban y venían, olas en la orilla, algunas veces más fuertes y otras suaves, mas sin detener su ir y venir.  Su mano callaba su boca y yo me mordía los labios.

 Tomé el cinturón y lo usé en su cuello. Él sorprendido se detuvo y espere su consentimiento para seguir este camino a las llamas eternas y complaciente me lo dio.  Una de sus mejores decisiones de esa noche.

Me levanté y sin soltar el cinturón le di la espalda, me tumbé sobre la mesa abriendo mis piernas, él - a un cinturón de distancia - seguía mis movimientos cautivo. Ahí expuesta y dispuesta tiré hacia mi de la “correa” acercando su cuello y su cuerpo a mí.  El me penetró profundo una y otra vez al ritmo que marcaba mis jalones del cinturón.

Solté el cinturón y habiendo él entendido ya mi intensidad comenzó a embestirme profundo, fuerte. Una y otra vez, mas calor en cada embestida, una y otra vez, mas y mas calor, empezaba a perder totalmente control de mi deseo. Mi cuerpo se tensaba, mis manos se aferraban con la vida al borde de la mesa y si era posible, él se sentía cada vez mas grueso, llamando con su roce constante al implacable clímax.

En una embestida digna de un gran final estallamos en miles de gritos mudos, mas para mi sorpresa aún había rigidez en él y no perdí segundo en darme un gusto.

Arquee mi espalda para tomar su mano y llevar su dedo a mi estrechez en una invitación a conquistarla. Esto era  un ritual silencio, aquí las insinuaciones eran plegarias.

Él entendió de inmediato y suavemente comenzó  abrirse paso por las distintas etapas de mi estrechez. El bendito, adictivo y avasallante placer del dolor correcto. Lo pedía, lo deseaba y disfrutaba de cada etapa de su recorrido. Ese juego de penetraciones tímidas y cautelosas que me dejaban anhelando la próxima embestida hasta que finalmente llega ese glorioso momento en el que mi estrechez se rinde a su rigidez abriendo todo su paso a todo su fuego. Yo ya no podía contener mas mis gemidos, mi mano era una ventosa que intentaba acallar el placer que sentía.

Él dejaba notar su maestría en estos ir y venir manejando la dosis perfecta de dolor para convertirlo en placer.

El comenzaba perder el control y la cordura así que me lo entrega a mí al poner en mi mano el cinturón rindiéndose a el ritmo que yo desee marcarle.

Mi deseo era estricto,  hambriento,  por lo que no paso mucho tiempo para que su descontrolada rigidez descargara todo ese clímax dentro de mí y se desmoronara sobre mi espalda.

Sin prisa pero sin pausa para recuperarnos nos incorporamos y como si nada hubiera pasado, nos vestimos y sentamos.

Presioné un botón escondido en el muro y minutos después abre la puerta la mesera ofreciéndonos algo para tomar o si queríamos la cuenta. Le pedí la cuenta. Todo estaba dicho y hecho.

Lo acompañé a su taxi. El frío aire contrataba  con el calor que aun llevaba por dentro, decidí ir por el último trago.

Regrese a la misma mesa, ya limpia mas sin montar aún.  Me senté, aun sin liberarme de todo el fuego implacable en el que ardía por dentro, y se acercó la mesera.

“Ya cerro la cocina y estamos cerrando el local” me dijo ella.

“Te quedan más mesas?” le pregunte.

“No, ¿por qué?” me respondió

Le sonreí desde la flama misma, y mientras le guiñaba el ojo, le pregunté:“¿DND?”

Ella sonrió, se retiró por unos segundos, al regresar, cerró tras de ella la puerta, trabándola (esta vez por dentro).

Me levanté y fui directo a su cuello que olía dulce, delicioso, como debe oler un postre después de una cena.

Ella me sentó sobre la silla y se sentó sobre mí, dejando frente a mis ojos  esos hermosos y voluminosos pechos, listos para ser devorados, listos para mi.

Con mis dos manos subí su polera y bajé su sujetador. Mis labios saborearon cada parte de ellos , de esos montes de lujuria y belleza, pero yo ardía y mi cuerpo gritaba por satisfacción.

La levanté, subí mi falda y abrí mis piernas. Ella se arrodillo respondiendo a las plegarias de mi cuerpo, mis manos se aferraron a su nuca y la lleve a mi humedad donde ella se dio un festín.

Yo sentada en el borde de la silla le daba  acceso a todas mis formas de placer y ella me llevaba y traía del placer a su antojo, me retorcía de placer. Ella hablaba el mismo idioma que mi clítoris y acentuaba esa conversación penetrando mi estrechez al mismo tiempo.

La temperatura subía y la tensión en mi cuerpo también. Mi mano salió de su nuca para aferrarse a la silla, cada segundo con más fuerza. Era un golpe de placer que mi cuerpo debatía si podría soportar más y un golpe tras otro se repetía la misma pregunta hasta que llegó la respuesta  y todo se volvió blanco. Al mismo tiempo que se izaba mi cadera, mi cuello no sabía si debía ir hacia adelante o atrás, yo no podía pensar nada, todo era blanco, nirvana, pausa, y un fuerte estallido de placer llegó para apagar todo mi incendio.  

Rendida me deshice sobre la silla.  Ella me besó aun con mi sabor y salió del box, cerrando la puerta tras de ella. Recobre la compostura, tome mis cosas dejando sobre la mesa una buena propina, y le dije en la puerta: “Nos vemos el otro sábado”

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El encuentro

Dime que pare...