Cuando el placer se volvió texto.
Cae la noche.
Hoy se cumple un año que el mundo decidió cambiar y pausar la locura de vida que estábamos acostumbrados.
Detuvo planes, bodas, viajes...viajes.
Finalmente había tomado el coraje de hacer ese viaje que tanto anhelaba, pasajes comprados y planes en curso. Buscando hostales y los lugares más seguros para quedarse, porque admitámoslo, al ser mujer debes cuidarte de esas cosas.
Pero todo cambió, fronteras cerradas, pasajes reembolsados, confinamiento y mucha incertidumbre.
¿Habría trabajo? y la incertidumbre máxima ¿vamos a morir?
A respirar y seguir adelante, que no toca parar. Por suerte había trabajo, pero la presión de éste mas la locura del encierro comenzó a cobrar una víctima en mí. La ansiedad era más poderosa que cualquier atenuante al que hubiera tenido acceso en ese momento.
Tranquilizantes comenzaron a entrar al juego: farmacológicos, naturales, todo, absolutamente todo lo que sugirieran que serviría.
Al borde de la locura te manifiestas, te desprendes de la careta y muestras tus intenciones. Sufrías igual que yo, ambos necesitábamos tal vez descargar este estrés de alguna manera.
Ya no recuerdo cuándo todo partió, solo sé que en ese momento no había cabida para un no, ni siquiera tu estado sentimental del momento: comprometido.
Para cuidar anonimato le diremos Juan.
Mensajes de textos muy insinuantes de Juan se tornaron en una declaración notariada: Partía el juego y era sin llorar.
Como siempre mis condiciones y reglas por delante, siempre controladora, a las que cedió gustoso Juan. Iba a recibir un si, como decir que no a mis reglas.
Como una gran bola de nieve cayendo por una ladera esto empezó a crecer, cada vez mas adictivo, cada vez más excitante.
¿Que tiene lo prohibido que lo hace más sabroso?
Solo se podía por mensajes, dado que el encierro nos ahorcaba y la pulsación de muerte del sable que pendía sobre nuestras cabezas con el nombre de COVID nos limitaba.
Los mensajes y fotos se tornaron más excitantes, mas literarios. Ya le ponía más y más esfuerzo para lograr desbocarle entre mis letras durante las horas que tenía permitido hacerlo. Lo lograba, le tenía a mis pies y eso era la gloria.
Jugábamos con fuego, pero esta la adrenalina exacta que necesitaba para poder evadir toda la locura que nos rodeaba.
No había conversaciones amigables ni políticamente correcta, perfecto: solo cibersexo. No estaba para preocuparme por su estado mental ni él por el mío.
Aún recuerdo ese día en que entre mensajes y cibertrabajo me tenías trabajando con el vibrador entre mis piernas. Ya la excitación que tal que no pude mas y terminé en mi cama dando rienda suelta a esa calentura que necesitaba exorcizar.
De pronto una llamada, era Juan. ¿Cómo lo supo?
Intenté aparentar voz normal, pero me era imposible.
"Me estoy masturbando" te confesé
"¿Qué?" preguntó sorprendido "No me digas eso que me pones duro de inmediato" continuó.
"¿Quieres oír?" desinhibida de todos mis tabúes por la calentura me aventuré a invitarle.
"¡Por favor!, voy por audífonos, no me cortes" se leía la excitación en tu voz y el miedo que me arrepintiera y cortara.
"Listo" me respondes finalmente, como dando la orden para que mi cuerpo desatara toda esa locura que tenía acumulada por dentro.
Gemido tras gemido, tu respiración se ponía mas y mas acelerada. Ya estaba muy cerca del clímax, por lo que no tomo mucho tiempo hasta que te reventara los tímpanos con un grito desbocado de placer donde mi humedad desató toda su furia sobre mis sabanas.
Ya volviendo en mí, recuerdo que esta en la línea, silente escuchando este espectáculo y noto que ya no es solo la respiración lo que suena del otro lado de la línea, ahora son silenciosos jadeos, jadeos de quien sucumbió a mi placer para darse el propio.
"Continúa, que te narro lo que te haré cuando nos liberen" le hablo con un tono dulce, ese todo que queda post clímax en que la dopamina llena nuestro cerebro de felicidad y calma.
"Por favor" me pide.
Y empezó un relato que entre palabra y palabra descubría una liberación propia tanto o más excitante que el mismo sexo.
En ese momento las letras se tornaron palabras y hoy la narrativa tomaba formato de audiolibro.
Tus jadeos ya no eran tan silentes, y cada pausa que hacia me rogabas que continuara, hasta que de pronto el silencio se apoderó del otro lado de la línea y solo lo rompe un "AH!" muy contenido en su volumen.
Sabía que ahora tu recibías tu cuota de dopamina.
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