Un mensaje al vecino...

 

Buscando una excusa, te escribí un whatsapp que para mi sorpresa inició una larga conversación que terminó en una invitación para reunirnos al día siguiente en tu apartamento. Reunión a la que yo fui con mis intensiones muy claras y eran de llevarte a la cama.

Toqué tu timbre y ¡GAME ON! gritaba mi cabeza, venía con todas mis armas listas y dispuestas, la Bestia venía hambrienta imaginando todos las formas en las que quería desatar mi lujuria sobre ti. Me recibes muy cordial, me ofreces un café y asiento. Comenzó una conversación donde lo único que estaba en mi mente era lo que la bestia planeaba mientras miraba tus labios. Pero, al salir del trance lascivo en el que me encontraba, pude notar en unos minutos tu indiferencia y desbaratando aparentemente todos mis planes. Mi respuesta interna no se hizo esperar y un lado mío quería ser directa, seducirte y cortar el juego de una vez por todas, mi otro lado contemplaba tu lenguaje corporal como un indicativo de la total ausencia de interés por mí, donde el exponerme estaba fuera de discusión, la Bestia no ruega.

No lograba alinear mis pensamientos, intensiones e ideas frente a ese escenario insospechado y desconocido para mí. Sobre todo porque no parabas de hablar y  te veías legítimamente entretenido por mi visita, mas sin ninguna intensión mas allá.

Respiré y simplemente dejé fluir el momento.

De pronto dos tazas de café después una ventana se abre y la tomo. Tus manos insistían en tocarme y eso  era mi palabra clave para entrar.

Te seguí el juego, pero hay una regla, si me haces esperar recibirás castigo, (si lo se, es bastante caprichoso de mi, pero  no niego quien soy), y castigo fue lo que recibiste, mi indecisa y confusa indiferencia (muy bien actuada).

Ya la conversación era un poco  más directa de los gustos, preferencias e inclinaciones. Este tema suele prender a cualquier hombre y es algo que esta escritora personalmente jamás entenderá.

Tus ojos buscaban los míos y mi boca, perdiendo en ese instante la batalla.

Me levante rápidamente a lo que me seguiste. "¿Qué pasó?" preguntaste, quizás temeroso que fuera a partir.

"Preparo terreno", pensé en responder, pero no lo hice, solo te miré.

Mis ojos clavados en los tuyos y yo apoyada en la cubierta de la cocina. Tu lentamente te acercabas, esta vez tus ojos no tenían una gota de indiferencia en ellos, mas bien lujuria.

Casi llegando a mí, donde la Bestia nuevamente presente llenaba mi cabeza de lujuriosas ideas que se en mi mirada se reflejaba cada una de ellas, pero para mi asombro, en ese momento te giraste y fuiste a prepararte otro café. De pronto la indiferencia era evidente de tu parte. Entendiste el juego y lo ibas a jugar.

Conversamos unos minutos mas y decidí partir. "Mañana tengo que trabajar" usé de excusa perfecta.  No serías tu quien me despidiera, eso estaba claro. Fuiste advertido, acción incorrecta, castigo.

No alcancé a llegar a mi departamento y ya tenía un mensaje tuyo invitándome a que nos reuniéramos nuevamente a ver alguna película o algo así. 

Acepté. Pasó el día y de vez en cuando mi mente se llenaba nuevamente de esas ideas que dejaban mis braguetas húmedas y a mucho esfuerzo volvía a trabajar.  No podía parar de imaginarte comiendo entre mis piernas, tu enorme cuerpo desnudo sobre el mío, tu cabellera como el más delicioso timón para mí.

Finalmente la tortura mental cesa por unos minutos porque termina la jornada y puntualmente llegó el momento en que tocaste mi timbre. De frente a la puerta, respiré profundamente apagando esas escenas que me humedecían y entorpecían mi juicio, cerré los ojos intentando calmar a la bestia, otro respiro profundo y abro la puerta.

Te invito a entrar, dejas algunas cosas para la película sobre la cubierta de la mesa y te acercas a saludarme. Sin ningún control, podría hasta asegurar que no era yo, te tomé de la cintura bruscamente, te empujé contra la mesada y te besé. Primero vino tu shock, luego un intenso beso, esta vez de tu parte.

Me giraste y sentaste sobre la cubierta mientras te perdías en mi cuello y yo te desvestía. Me tomaste de las caderas y me llevaste al sofá colocándome sobre ti.

Comenzaste a desnudarme a prisa, estabas tan hambriento como yo. Finalmente desnudos ambos, sin ningún ritual previo de juego, mi mente había ya hecho ese trabajo,  me envainé en tu bayoneta, esa perfecta y robusta bayoneta, excitada, muy excitada. No había espacio a la duda.

Tus manos recorrieron mi espalda, desde mi cuello hasta mi estrechez, donde comenzaste a marcar el ritmo en el cual me penetrabas, una y otra vez, sin clemencia. Mis gemidos fueron tu mapa, tu guía de que todo lo estabas haciendo perfecto, esos suaves gemidos que dejaba escapar en tu oido.

Tomo tu mano y llevo tu dedo a mi estrechez esta vez hundiéndote en mi. Tu cara de asombro fue impagable.

Aferrado de mi estrechez, me llevabas contra ti una y otra vez. Mis manos aferradas al respaldo del sofá con fuerza. Mis gemidos  ahora eran muy audibles, "¡Silencio!, aquí se escucha todo" me rogaste.

Tus deseos de entrar en mi estrechez crecían con cada embestida y me giraste dejándome en la posición perfecta para tus intenciones. Tus manos recorrieron nuevamente mi espalda suavemente, acariciándola tiernamente hasta permitirte quedar de rodillas entre mis piernas dándote el festín de tu vida, perdiéndote en mis labios hasta lograr que mi cuerpo se moviera sin control. Sabías que iba a acabar. No te detuviste y estallé en tu cara sin control alguno.

"Penétrame" te ordené y obedientemente te levantaste. Húmeda, tomaste mis jugos y los llevaste a mi estrechez, jugando en su entrada mientras yo rogaba - dentro de mí - que de  una vez por todas me penetraras, tu preparación era mi tortura.

Finalmente me penetraste suavemente por mi ojete. Lentamente sentía como mi ojete se dilataba con el toque justo de dolor placentero, tu paso avanzaba y avanzaba sin detenerse, lenta y suavemente hasta que tus huevos toparon  con mi trasero.

Ahora la danza ya no era suave, ni lenta, tus embestidas fueron fuertes y profundas. Mis gemidos eran ya bramidos de placer. Ya no nos importaba quien escuchara.

"Voy a acabar" gritaste

"Más fuerte" ordené con todo dominante y sin titubear obedeciste hasta perderte en el más profundo placer acabando en extasis dentro de mí.

Sacaste tu falo satisfecho y te detuviste a contemplar, como trofeo,  tus jugos saliendo por mi estrechez y bañando mis labios.

Sabíamos que esto sólo sería el comienzo de una muy satisfactoria alianza, donde viviríamos los más brutales rounds de sexo de aquí en adelante. O al menos eso prometía.

 


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