Una noche mágica
Entre las burbujas de la champaña se desvaneció nuestro sentido común.
Era una reunión de amigos como
cualquier otra, de esas que hemos tenido mil veces.
No sé qué cambió esa noche,
conversamos una botella, luego otra y luego otra. Fuimos el chiché del alcohol,
esa tradicional excusa de la perdida de cordura por las burbujas.
Sin saber cómo, terminamos besándonos,
absolutamente embriagada nuestra razón, entregados a los instintos más básicos,
eso que ni las buenas costumbres, ni la sororidad, ni esa capacidad de los
seres humanos de contenernos cuando sabemos que de no hacerlo nos restará el
resultado más que nos sumará, pudo controlar.
Pero esto no fueron instintos
básicos, no fue la clásica noche de lujuria y desmadre. Esto fue amor.
Fue lento, bello, natural,
embebido de cariño.
Primero nos perdimos en besos
eternos, esos que compensaban años de ausencias y porque no de ganas. Mis manos
recorrían tu cabellera crespa rubia, tan suave que me perdía en ella mientras
mis labios daban paso a la intrusa lengua.
Tus manos tímidamente empezaron a
recorrer mi cintura, subiendo por ella hasta sentir mi brasiere por el costado,
pero decidiste ir por la espalda para recorrerla completamente hasta donde
termina y fue ahí donde decidiste cruzar la frontera para llegar a mi trasero.
Tomé tu mano y la llevé a mi
pecho dejándola ahí, sobre mi pecho. Quería que sintieras mis latidos, esos que
solo tú provocabas y te quedaste un tiempo ahí, sintiéndome. Fue todo tan deliciosamente
lento.
Tomaste mi polera y lentamente la
subes hasta sacármela por completo, dejando mi brasiere al descubierto. Tus
ojos no hablaban de lujuria, gritaban ternura.
Como un espejo seguí cada paso
que dabas y tomé tu polera lentamente, te la quité dejando tu torso perfecto
desnudo. Eras aun, a pesar de los años, una escultura, al menos para mis ojos.
Me quitaste el brasiere y dejaste
mis pechos libres y desnudos para ti. Deseaban tus labios sobre ellos, mi
cuerpo entero deseaba tantas cosas, pero aceptaba tu ritmo, me parecía
intoxicante y novedoso, desbordante de sentimientos.
Tus manos recorrieron mi espalda
desnuda casi con las yemas de tus dedos, hasta mi cuello y todo el recorrido hasta
donde se acaba mi espalda y fueron por el botón de mi pantalón y lo liberaste.
Yo seguía espejando cada
movimiento tuyo, dejándonos absolutamente desnudos uno frente al otro. Nos
contemplamos, tome un respiro profundo, tu aroma me embriagaba aún más.
Me recosté sobre el sofá y me
seguiste en el movimiento.
Mis labios te besaron sin cesar,
era una delicia hacerlo, no había tensión ni estrés, estábamos bajo el embrujo
de las burbujas del alcohol, absolutamente relajados y entregados.
Te abriste camino entre mis piernas
y pude sentirte tocar la entrada a mi templo. Quedaste detenido ahí unos
minutos mientras tus manos estabilizaban tu cuerpo apoyadas sobre el sofá sin
sacar tus labios de los míos. Mis
piernas te rodearon y presionaron a que entraras en mí. Cediste ante mis deseos
y sentí esa presión de tu penetrar lentamente y como en mi estrecho vicio te
ibas abriendo paso, sintiendo en cada movimiento ese glande para rematar en una
estocada final que me hizo gemir en tu boca.
Mis manos en tu cara mientras me embestías
una y otra vez, suavemente, en un lento ritmo. No podía dejar de perderme en
tus ojos, esto solo intensificaba aún más cada sensación en mi cuerpo al
contacto con el tuyo.
Siempre fui más de velocidad, de
fuerza, pero la mezcla de tus ojos, tu aroma más sentirte dentro mío me hacía
desear que esta vez fuera eterna.
Fuimos acelerando el paso en la
medida que la excitación se abría paso entre tanta ternura, ya eran estocadas más
firmes, más rápidas y mis uñas se resistían en penetrar tu piel.
Sentía como una tensión se
acumulaba en mi vientre más y más, no entendía y no quería entender, todo esto era
nuevo para mí y lo estaba disfrutando muchísimo, eras tú, que más podía pedir.
Intenté contener esa tensión
entre el roce de tu piel, tu aroma que solo se intensificaba con tu sudor, tus
besos, tus manos que se perdían en las mías entrelazando nuestros dedos (si lo
sé, otro cliché, pero fue uno maravilloso) nuestros ojos no paraban de
conversar, no despegamos la mirada el uno del otro. La tensión se acumulaba más
y más y podría ver que te ocurría lo mismo.
Mis manos fueron a tu trasero,
ese hermoso, redondo y firme trasero y se aferraron a él, acompañando tu ritmo
entre estocada y estocada.
Bajé mis piernas para alzar un poco
mi cadera, sin saber que esa sería el salto final al éxtasis.
Al alzar mis caderas ya te sentí
con mayor intensidad y mi vientre se contraía presionando tu miembro, logrando
sacarte más de un gemido.
De pronto me besas, profundamente
mientras en un embiste final me entregué a la tensión para explotar en un gran
orgasmo que para mi sorpresa acompañaste con el tuyo, ese orgasmo silente al oído
pero que reverberó en ese beso.
Me besaste una y mil veces, mis
labios, mis mejillas, mi frente contigo aun dentro de mí. Podía sentir el calor
de tu miembro dentro de mí, calor que me entregaba mucha calma.
“Llévame a tu cama” me pediste y
no pude negarme.
Este sueño era como si los dos estuviéramos
sumergidos en un mar de burbujas que entre si apagaban todo sentido común, dejándonos
solo a nosotros con nuestros deseos y sentimientos uno frente al otro.
Te tendiste en la cama y me trepé
sobre ti. Bese cada centímetro de tu cuerpo, desde tus labios hasta tus
piernas, todo, completo lo saboree y bese. Eras pura miel.
Tus manos detuvieron mi regreso aferrándose
a mis pechos y mi vicio quedó sobre el tuyo, sabía que relatarían nuevamente
una historia entre humedad y presión, una historia llena de amor que acabaría
en el estallido del argumento de la historia, ese punto final que nos llevó a
gritar nuestros nombres, nos llevó a entregarnos al relato.
Mi cuerpo exhausto cayó sobre el
tuyo y me abrazaste con fuerza besando mi cuello. No sé si pasó un minuto o una hora, pero el tiempo
se detuvo en tus brazos.
Mis ojos luchaban por mantenerse
abiertos para poder volver a contemplarte, tus brazos me llevaron a tu costado dejándonos
uno frente al otro, mirándonos yo intentaba ganarle la batalla al sueño.
Finalmente, mis ojos se rindieron
frente a ti, fundida a tu entre tus brazos me rendí al sueño.
Un golpe de sol sobre mis ojos me
despierta, sólo para cruelmente evidenciar tu ausencia. Sueño o realidad, mi
cerebro se debatía entre uno y otro aún víctima de la embriaguez, misterio que
aclararía una nota sobre mi mesita de noche:
“Eres mágica, fue una noche mágica,
un hermoso final”
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