El Quiropráctico

 



Como siempre, Stella llegó puntualmente a su hora, abrió la puerta y se sentó a esperar su turno con su quiropráctico, ese hombre hacía magia.

Stella llegó a él muy bien recomendado por dos amigas que se atendían con él, por lo que no tenía reparo alguno en confiar en sus técnicas.

Ella, si bien lo disimulaba muy bien, tenía muchos deseos de usar esa camilla para algo más que sus sesiones semanales. Él era un hombre medianamente atractivo, educado y con unas manos de ángel.

La llamó para su sesión, le pidió que se quitara la blusa y ella con un plan en mente decidió no llevar brasiere ese día. Se sacó la blusa de espaldas a él y este quedó mudo. Le ofreció una bata, pero Stella no la aceptó, se tendría que poner la blusa de inmediato, para que usar una bata.

Realizó el control en su espalda y luego se puso la blusa. Se giró y podía ver en el la incomodidad que esto le provocaba, se notaba excitado, pero debía contenerse muy bien, ella era su paciente y no había ninguna opción de ir mas allá.

Inició la sesión y Stella comenzó a excitarse al sentir su peso sobre ella, al sentir las manos de el en las de ella para guiar sus movimientos, esas manos suaves que siempre iban acompañadas de la mirada atenta de él. Ajuste por ajuste ella disfrutaba sentir el peso de él sobre ella, sentir el calor de su cuerpo, la presión en todo su cuerpo sobre el de ella solo la hacía pensar cómo se sentiría esa presión sin ropa.

Él tenía un muy buen físico, no muy musculoso ni excedido en peso, se notaba que se cuidaba.

Al ir ya terminando la sesión, Stella se puso boca abajo para que el revisara su trabajo y luego de revisarlo como todas las sesiones sus manos recorrían sus pantorrillas y sus muslos muy suavemente y con la presión justa. Stella solo cerraba los ojos y disfrutaba cada segundo de sus manos sobre ella. Esta vez ella preguntó: “¿Por qué nunca revisas estando yo boca arriba?”

Él se sonrojó, y le dijo que si no la incomodaba podía hacerlo, pero que no era necesario. Stella le pidió que lo hiciera, cerró sus ojos y sintió sus manos en sus tobillos subiendo lentamente por sus piernas, sentía el calor de sus manos en su avanzar hasta llegar a los muslos donde se detuvo sin sacar las manos y Stella abrió los ojos y fijó su mirada en él que la miraba atentamente.

“Se siente muy bien, deberías hacer masajes también” le dijo Stella.

“Si, se hacer, pero la verdad ya no hago” respondió él

“Una perdida realmente, se sienten muy bien tus manos” dijo Stella siendo esta vez más directa

Hubo un momento de silencio donde la tensión sexual en el ambiente podía cortarse con una tijera, el claramente la deseaba y estaba conteniéndose, pero las insinuaciones de Stella no ayudaban.

Retiró sus manos de las piernas de Stella y esta se sentó mientras él iba a su escritorio. Abriendo un poco más su blusa, le dijo: “¿No tienes aire acondicionado acá? ¿Hace mucho calor, ¿no?”

Abrió sus piernas y se tendió para atrás apoyándose en sus brazos intentando apagar ese incendio que tenía.

Rompiendo la rutina de la sesión, él se levantó, camino hacia ella y se paró frente a ella, sin hacer nada, solo se paró ahí, sin moverse y sin quitarle la mirada a Stella. Ella lo tomó como una invitación al consentimiento, pero antes preguntó “¿Hoy no hay nadie más después de mí y nadie más en la consulta?

“No” respondió “Eres mi última paciente”

Stella tomo su cintura y lo acercó a ella. Él se dejó.

Puso sus manos bajo su polera y la subió quitándosela lentamente a lo que el accedió sin ningún comentario ni negación. Ahí lo tenía, de torso desnudo frente a ella.

Ahora sus manos fueron a su buzo, desató la amarra de este, levantó la mirada corroborando que no quisiera detenerla, pero él no se movía.

Bajó ese buzo y se encontró con unos bóxers muy felices de sus acciones. Mostraban una erección que prometía buenos momentos, si es que sabía utilizarlo. Él se terminó de quitar los pantalones.

Stella ardía en llamas, su vientre al mismo tiempo que ardía generaba humedad a raudales, todo esto la excitaba mucho y él estaba a su antojo, esto era la guinda en la torta para ella.

Ella tomo su blusa y la quitó, dejando sus pechos desnudos y se inclinó apoyándose en sus brazos. Llevó sus piernas alrededor de él empujándolo contra ella, esta vez el si se movió.

Sus manos recorrieron su pecho completo, jugó un tiempo en sus pezones y luego bajaron como era su costumbre lentamente hasta el botón de su pantalón abriéndolo y bajando su cierre. Lo tomo con fuerza y bajó sus jeans junto con su ropa interior dejándola completamente desnuda sobre la camilla. Se detuvo a contemplarla un momento y Stella rogaba dentro de ella porque se sumergiera dentro de sus labios que estaban deseosos de saber de las habilidades de este hombre.

Él se arrodilló frente a ella y puso sus manos en el borde de la camilla manteniendo las piernas de Stella abiertas y besó sus muslos recorriendo en el más tortuoso ritmo el camino hasta sus labios.

Stella lo tomo de la cabeza y lo empujó hacia sus labios y el comenzó a recorrerlos con su lengua como quien lame una paleta. Abrió un poco más las piernas de Stella y lamió su clítoris a lo que Stella dejó escapar un suave gemido sin sacar las manos de su cabeza.

Su lengua ahora rodeaba en círculos su clítoris que ardía, estaba hinchado, sensible, muy excitado y el continuaba con la tortura hasta que en un acto de nobleza succionó su clítoris para luego comenzar con el maravilloso movimiento de un lado a otro sobre él, haciendo a Stella mover su pelvis sin control. Podía sentir como entre sus piernas se acumulaba un nivel de tensión que invadió sus piernas, su vientre y la hacía contraer una y otra vez su cueva como un palpitar que marcaba el ritmo al cual se acercaba al orgasmo.

Él iba más y más rápido y Stella no pudo contenerse y estalló en un orgasmo sobre él que rápidamente se levantó, la giró sobre la camilla y se abalanzó sobre ella como una bestia hambrienta penetrándola fuerte y profundo.

Stella se agarraba con fuerza del borde de la camilla, estaba en su máximo éxtasis y él sabía cómo moverse, penetrándola cada vez más profundo y cada vez más fuerte. Stella podía sentir ese segundo orgasmo llegando y esta vez sus uñas se clavaron en su espalda aferrándose con todas sus fuerzas. El llevó sus manos al borde de la camilla bajo el cuello de Stella y comenzó a embestirla con más fuerza aún, ella pensaba que no era posible más, pero la sorprendió. A cada embestida ella se movía entre el limbo del orgasmo y la tensión del segundo que venía, sentía que estaba en un gran e interminable orgasmo, pero esa tensión se acumulaba más y más, embestida tras embestida hasta hacerla explotar esta vez en un no tan silente gemido acompañado de sus garras clavadas en la espalda de él. Su cuerpo se retorcía, ella no podía parar de gemir y él no se detenía manteniendo ese orgasmo ardiendo en todo su cuerpo, podía sentirlo por su espalda, sus piernas, todo su cuerpo.

Salió de ella, la giró dejándola boca abajo, abrió sus piernas y esta vez la penetró, pero con todo su peso sobre ella. Stella aferrada con toda sus fuerzas a la camilla sentía esta vez más profundo aún ese falo perfecto dentro de ella, lo sentía entrar y salir, como ese glande jugaba con su entrada y también con sus deseos y su desespero. Entraba y lo llevaba al borde de ella para embestirla más fuerte aún. Esta vez él se aferró con una mano del cuello de ella, acción que si era posible la hacía arder un poco más.

Ella sentía que todo se desvanecía, que su cuerpo desaparecía y solo podía sentir su vientre como en cada embestida inyectaba más placer dentro de ella.

Ella llevó su mano sobre la de el en su cuello y lo llevó a presionar un poco más llevándolo a entender que ella gustaba del sexo rudo.

Era la intoxicante mezcla de su peso sobre ella, las embestidas completas dentro de ella una y otra vez, la presión sobre su cuello que la llevaron a sentir que salía de su cuerpo y de pronto el estallido, sin aviso alguno, esta vez ella bramó, llevó sus manos sobre la camilla exhausta y una gran ola de relajación profunda invadió todo su cuerpo, esa gran dosis de dopamina que te lleva a la inconciencia misma, pero el aún no llegaba a ese punto y quería más.

Stella tomo ese falo y lo llevó a su estrechez. El gentilmente humedeció el área y suavemente fue penetrándola, avanzando poco a poco hasta llegar a lo más profundo que su falo le permitía.

Preguntándole cada centímetro si estaba bien y ella siempre asintiendo. Deseaba esa penetración profunda.

Desbocado ahora él por la excitación de estar penetrando su estrechez el comenzó a embestirla con fuerza y dureza. Su mano esta vez cogió por completo el cuello de ella y tendido sobre ella la giró y besó mientras sus caderas chocaban con el trasero de ella. Más y más, este hombre tenía un aguante maravilloso.

Nuevamente Stella comenzó a sentir una excitación que la invadía, estaba exhausta pero no podía ser indiferente a esta nueva ola de excitación que se hacía más grande con cada embestida, sentía ese falo grueso, profundo recorriendo ese estrecho canal y sintiendo cada avance, cada retroceso, sintiendo como en cada uno de esos movimientos su cuerpo completo sentía una tensión, una que tenía que desahogar: “Mas fuerte!” le grito

Él no podía creer esto y esa frase lo libero, reventando la estrechez de ella, entregando toda su potencia (que era bastante) en cada embestida, ahora las manos de él se aferraban a la camilla para más tracción y las de ella también para poder descargar un poco la tensión y no acabar antes que él.

De pronto las palabras mágicas salieron de boca de el: “voy a acabar” y ambos liberaron el deseo de clímax y reventaron al unísono en un bramido que entre sudor y placer terminó por dejar sus cuerpos exhaustos inmóviles por unos cuantos minutos con el aun dentro de ella.

No podían ni querían moverse, estaban en una especia de trance de goce. Sus ojos se cerraron (los de ambos) y sucumbieron ahí mismo, uno sobre otro en la camilla, a Morfeo.

 

 


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