La Cita
Una tenue
luz atravesaba la habitación desde la mesita de noche donde una hermosa lámpara
de sal bañaba todo en un hermoso manto rojizo.
Su piel
parecía incendiarse bañada en esa luz, su espalda jugaba con la luz en cada
movimiento que hacía sobre mí, mientras mis ojos se deleitaban con la
coreografía, mi cuerpo lo hacía con esas olas de placer que me atacaban en cada
vaivén que su cuerpo sobre y dentro de mí.
El
escenario esta intoxicante, la luz, su aroma, el placer, la música, su música,
esa que salía de él en cada uno de los vaivenes, ese sonido que electrificaba
mi piel, todo mi cuerpo, sus gemidos.
Levanto la
mirada y sus ojos me atrapan, haciendo desaparecer todo el escenario, ahora
solo existían esos ojos, momento mágico que solo era interrumpido con el cerrar
de mis ojos rendidos ante esas olas de placer que mas que olas ya era agua
hirviendo recorriendo mis venas, he inundando mi cerebro donde ebullían
burbujas de deseo, de hambre, hambre de él y miles de ideas reventaban contenían
esas burbujas mientras hervía cada vez más mi cuerpo.
Ya ardía
entera por dentro, era sofocante e intoxicante, delicioso y adictivo. Él sabía
exactamente lo que hacía y yo también.
Podía ver
en él, los ojos de desesperación, su excitación lo tenía descontrolado, inmerso
en mí, mis deseos, mis caprichos, dispuesto a satisfacer cada uno de mis
antojos esa noche.
Nos
conocimos en la línea de la panadería, si, a la antigua. Sin aplicaciones, sin
chats, sin redes sociales, solo dos personas en la fila por el pan que inician
una conversación.
Me
sorprendió que el tuviera el coraje de invitarme a salir, ya solo con ese hecho
había ganado muchos puntos.
Decidimos
ir a tomar algo a un bar cercano a su apartamento. Fue una noche
sorprendentemente grata, fluida, graciosa e interesante. Cuatro cosas que no
vivía hace muchísimos años.
Esa noche
pude notar lo guapo que era, tenía unos ojos verdes hermosos, unas manos
perfectas (ni muy cuidadas ni muy callosas) y olía delicioso. De pronto caí en
cuenta de todas estas cosas al mismo tiempo y mi cuerpo se revolucionó.
Sentía como
mi mirada cambiaba, comenzaba a sentir los músculos de mi cuerpo contrayéndose
y relajándose, comenzaba a sentir profundamente esa indescriptible seguidilla
de acciones que iba tomando mi cuerpo, esas que ocurren cuando la excitación toma
el control y la sangre corre más caliente acalorándome y enrojeciendo mis
mejillas. Me muerdo el labio sin conciencia mientras veo todas esas imágenes que
se vienen a mi mente alejando mi concentración de su relato.
Mi respiración
poco a poco se agita y mi cuerpo comienza a tomar postura, mis ojos cambian de
tono para llenarse de deseo y como una cheeta se acomoda para atacar a su presa,
ya no puedo pensar en nada más, lo veo hablar, pero mi mente solo me presenta
miles de formas en las cuales puedo llevar a cabo mi libidinoso, perverso y
ardiente plan sobre él.
Él hablaba
de su vida, uno que otro chiste y por dentro yo lo desnudaba.
Mi rostro
jamás ha sido bueno para disimular mis intenciones, por lo que sé que logró oír
lo que mis ojos le gritaban. Había decidido no ser yo esa noche la que tomaría
la iniciativa, esta vez me tendrían que seducir, quería el esfuerzo.
Sentía la
sangre caliente en cada centímetro de mis venas, sentía esa temperatura
recorrer todo mi cuerpo, de pronto la chaqueta me incomodaba y me la retiré.
Debajo de ella estaba una blusa que dejaba ver mis hombros y caía perfectamente
por sobre mis pechos resaltándolos de la manera más favorecedora.
Me dijo:
“Estas hermosa esta noche”
A lo que
sonreí (nunca he sido buena para los cumplidos), pero al sonreírle le tome por
un segundo la mano. Fue un verdadero golpe eléctrico que recorrió mi cuerpo, de
esos que me han pasado muy pocas veces y siempre han concluido en un sexo
maravilloso.
Esta vez ya
sentía no solo mi sangre hervir, sentía que todo ese calor que aposaba en mi
sexo y que por condensación dejaba correr por sus paredes una humedad cuyo roce
sobre mi piel me excitaba aún más. Esa sensación de sentir tus labios arder y
entre ellos como un manantial, de lento recorrido, caer esa humedad que recorre
todo mi sexo, para perderse entre en mi bosque.
El calor
enrojecía mis mejillas y llenaba mi mirada de fuego. El no tardó en notarlo y
ahora el cambiaba su mirada, su cuerpo se acomodaba y de pronto el más profundo
silencio al oído humano, pero por debajo del sonido gritábamos, gemíamos nuestros
nombres.
Pidió la
cuenta, yo la tomé y pagué.
“Ya que tu
pagaste al menos déjame invitarte a una copa en mi apartamento” me invitó.
Acepté
gustosa, necesitaba desahogar ese infierno en el que estaba inmersa.
La noche se
transformó en juego de luces, en desnudez. A oscuras descubrimos nuestros
cuerpos bajo nuestras yemas de los dedos y el roce de nuestros labios. Ambos
cómplices, recorrían nuestros cuerpos, cuello, boca, cara sin dejar lugar
alguno sin descubrir, todo debía ser conquistado.
Se sumergía
entre el manantial que brotaba entre mis piernas mientras sus manos buscaban
descanso en mis pechos. Se podía ver la
luz pasar por debajo del arco de mi espalda para caer sobre el apoyabrazos del
sofá, esa luz que chismoseaba de mi placer, de ese éxtasis en el que estaba
inmersa.
Ahora mis
manos aferradas a sus muslos y mi traviesa boca demostrando sus habilidades más
allá de la conversación. La luz
nuevamente chismosa jugaba al ritmo que marcaba mi boca al recorrer cada
centímetro de su sexo. Esa misma luz que estrellándose con su rostro mostraba
ese perfil acusando el éxtasis en él que estaba inmerso.
Esa cama
esa noche fue el lienzo perfecto para que dos artistas del sexo realizaran una
de las obras eróticas jamás antes vistas.
Comentarios
Publicar un comentario
Déjame tu comentario