INFIELES

 

Sabía que era mala idea ir a visitarte,

Sabía que estaríamos solos pero fui.

Tu rostro se iluminó al verme y me diste un fuerte abrazo del que decidí tomar ventaja.

No te solté y te salude con un beso en la mejilla aun entre tus brazos.

Tu correspondiste mi saludo también con un beso y mis manos fueron a tu nuca.

Sin hacer nada me quede ahí, entre tus brazos, nerviosa y excitada. Envalentonada por mi excitacion de meses sin tener sexo.

Volví a besarte pero esta vez roce tus labios, era un juego muy adolescente entre dos adultos, pero tenía que ver si esto era mutuo. Eres casado, pero ya eso no me importa.

Respondiste a mi saludo pero esta vez tus labios se posaron sobre los míos: se sentían gruesos, tibios y ligeramente húmedos. 

Te bese, te penetre con mi lengua con mis manos sosteniendo tu nuca. Mi estómago estaba a mil, el nerviosismo luchaba intensamente con mi excitacion, pero ese perfecto e intenso beso cruzó ya la línea: ya habias sido infiel conmigo y mejos sacarle el máximo provecho. 

Con mi trasero apoyado en tu escritorio tus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo sin límite alguno. 

Tus manos me daban una intensa ola de calor en su recorrido y me excitaban cada vez más sin aun ceder mi nerviosismo.

Sentía la presión del canto del escritorio contra mi culo, presión que aumentaba con el peso de tu cuerpo contra el mío en la medida que aumentaba más y más la excitación de ambos.

Tus manos cesaron su recorrido por mi cuerpo para tomar mi cara, distanciarse un poco y tu mirada fija en mis ojos.

Podía ver, hasta oír la batalla interna que tenias por dentro: cruzabas las múltiples líneas de porque no deberíamos hacer esto o parabas todo acá.

Mi sexo gritaba que no te detuvieras, te deseaba desde hace ya mucho tiempo.

Decidí no forzarte ni provocarte más, conteniendo toda mi excitacion en un verdadero acto heroico de autocontrol.

Me quede ahí, presa de tus manos y tus ojos.... y porque no de tu dilema.

Se me hacía una eternidad tu indecisión, sentía que perdía la batalla y te alejarias como siempre terminaban nuestros encuentros.

Relaje mis brazos apoyados sobre el escritorio, de un salto me senté sobre él, en una respiración profunda tomé todo el aire que pude echando mi cabeza hacia atrás. 

Aun podía sentir tus manos en mi rostro, ahora más cerca de mí boca. Sentir tus manos era ya una fuente infinita de excitación, sentía cada aspereza de ellas por tus gustos en la carpintería, esas manos hábiles, las mismas que hace un tiempo en amenaza recorrieron mi brazo de arriba a bajo erizandome la piel en todo el recorrido.

Sentía mi pecho erguirse en cada respiración profunda, una, dos, tres...

Necesitaba calmar mi hambre de ti, pero al mismo tiempo deseaba que mi cuerpo expuesto frente a ti te llevara a decidir romper todos los límites. 

Al respirar sentía como mi blusa se tensaba en mis pecho al estos erguirse cada respiración. Mi blusa esa semitranslucida y al tensarse la tela contra mis pechos, dejaba notar el encaje de mi brasiere.

De pronto ya no eras tu quien me excitaba, sino que era yo misma. El sentir el roce de la tela sobre mis pezones erguidos, el sentir ese calor hacerse humedad entre mis piernas al mismo tiempo que se llenaba de calor mi sexo. Sentir las palmas de mis manos en tu escritorio, ese lugar prohibido. Sentir lo frío de la cubierta bajo mis palmas, mi pelo rozando mis brazos al mover cara erizaba mi piel.


Al abrir los ojos pude ver que habías notado mi sentir y estabas más allá de la excitación, estabas estático, erguido, duro y delirante mirando este espectáculo improvisado.

Al coincidir nuestros ojos te abriste el pantalón, liberaste tu erección divina y sin desconectar nuestras miradas hiciste a un lado mi ropa interior con una mano mientras la otra agarraba mi culo y lo acercó al borde de tu escritorio para, como dos piezas de puzzle, perfectamente encajaron nuestros sexos y pude sentir ese pseudo alivio de porfin ser penetrada y a mismo tiempo la ansiedad de que vinieran más y más fuertes.


Esa primera penetración fue perfecta, el sentirte en todo tu grosor contra mis paredes, ese roce, ese calor que traía tu miembro a mi interior, la suavidad de tu piel, me hizo olvidar por completo donde estaba. Mi atención estaba en sentirte por completo.

Ya no había vuelta atrás, tus embistes eran rápidos, fuertes y profundos.

Se podía oír como el escritorio pedía un poco de compasión de nuestro incesante encuentro, mientras yo solo pedía que no te detuvieran ni bajaras ese ritmo.


Mi sexo se tensaba, recorría mi cuerpo una energía que jamas que podido describir, mis dedos se contraian, mis manos se aferraba con toda su fuerza al canto del escritorio. Tu boca en mi cuello, mi corazón acelerando mas y más, mi cabeza en blanco, gemidos ya no puedo callarnos y te pido más fuerte, mas y más entre gemidos. Puedo sentir con mucha ansiedad como se acerca el clímax, no te detengas, por favor, no te detengas....


Era claro que te pasaba lo mismo, porque eras un potro desbocado embistiendome con todas tus energías. Tus gélidos audibles solo me excitaban aún más. 

Veía tu sudor, tu cara de excitacíon, tu mirada hacia abajo concentrado solo en sentir. Ya habíamos dejado todo pensamiento fuera de este escenario, éramos pura lujuria y hambre.


Ese movimiento de tu cadera arqueado la espalda para tomar más impulso e intentar con cada penetracion más profundo, era el baile más sensual. 

No pude contenerme y mis manos se anclaron a tu culo con toda la fuerza que podía. Que culo más delicioso, la mezcla perfecta entre músculo y grasa para poder agarrar fuerte.


Mis manos te traen a mi más rápido, me miras y ves en mis ojos el deseo de que revientes dentro de mi, quiero sentir ese calor liberador que sale de ti al reventar. 


Tus manos van a mi espalda, las mías en tu culo y ya nos acercamos mas al orgasmo. Bendito alivio que deseas con locura pero que marca el fin de algo que no quieres que acabe. 


Me inclinas delicadamente sobre el escritorio dejando mi espalda sobre el, abres mi blusa y liberas mis tetas.


Ahora aferrado a mis caderas no te detienes más y siento que voy a explotar. Ese placer que incomoda a tu cuerpo de la mejor manera haciéndome retorcer todas mis extremidades. Me agito de un lado a otro, tus ojos se tornan blancos y en un grito silencioso se contrae mi vientre levantándome sin siquiera apoyarme sin habla, mente en blanco, solo sentir y la gloria. 


Pero sigues y mi cuerpo se retuerce, mi espalda sube y baja, mi mano sobre la mesa porque mi sexo arde en llamas, retorciéndose con cada ola de placer hasta que en un embiste final, brutal, brusco, duro, te aferras a mi y me llenas de ese calor líquido por dentro.


Ya estaba consumado. Éramos unos infieles. 



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