NUNCA SUPO SU NOMBRE
Sus ojos se cruzaron, el cliché máximo.
El cruzó su mirada con la de ella y vio el fuego
en sus ojos. No podía despegar la mirada de ella, al cruzarse ella le sonrió y siguió
caminando, mientras que el se volteó a mirarla aún incrédulo de lo que acababa
de presenciar.
Con osadía, apuró el paso detrás de ella y le
toco el hombro. Ella se volteó y se retiró un audífono de sus oídos y lo miró.
“Hola, mi nombre es Enrique, no suelo hacer
esto, pero quería pedirte tu teléfono” le dijo con palabras que se tropezaban para
salir de sus labios.
“Hola, no. Pero si quieres me invitas a un café”
Le respondió ella con una sonrisa en sus labios.
El sintió la electricidad recorrer su espalda al
ver esa sonrisa de frente esta vez.
“Perfecto, conozco un lugar cerca de acá” le
dijo él.
“No tienes café en tu casa?” Preguntó ella.
El perplejo. Recordó respirar y la invitó a su
apartamento que estaba a unos pasos de ahí.
El temblaba, no sabía que decir, no quería
parecer osado o torpe. De pronto perdía toda la seguridad en si mismo. No
lograba abrir con la llave su apartamento y eso causó una risa en ella.
Lograron ingresar al apartamento y el de
inmediato le preguntó como quería el café.
“Negro, cargado y sin azúcar” le respondió sin
si quiera pestañar clavando sus ojos en los de él.
De pronto un fuerte ruido deja en evidencia que
había dejado caer la taza haciéndose mil pedazos.
“Disculpa, no suelo ser tan torpe, no sé qué me
pasa hoy” le comento el
“No te preocupes, no es lo único que se hará
pedazos acá” le respondió ella con la sonrisa más maquiavélica que el jamás
había visto. Era como estar frente a un ángel y al demonio al mismo tiempo.
Ella se levantó del asiento, caminó hacia él
abriendo su blusa y dejando al descubierto su escote junto con su brasiere.
Ella no era voluptuosa, pero no lo necesitaba ser.
Mientras caminaba hacia él no le sacaba la
mirada. El quedó quieto esperando, puso sus manos sobre la mesada, necesitaba
apoyarse en algo, sentía que perdía las fuerzas de sus piernas ante su presencia.
Ella se quitó la blusa y llegó frente a él.
“Desnúdate” fue su instrucción.
Él sintió una fuerza nunca sentida, era la
fuerza de ella sobre él. Se sentía en un embrujo o un sueño. Pero no pretendía
en ofrecer la más mínima resistencia a esto.
Rápidamente se desnudó.
Ella lo miró desde abajo hasta arriba.
Complacida de lo que veía, le dijo “Desnúdame”
Ella se apoyó contra el muro y dejó que el la
desvistiera. Cuando fue a sacarle sus bragas ella le dijo: “Bésame”
Obedientemente el se alimentó de su sexo con un
deseo descontrolado. Se sentía en una paz y placer único, jamás sentido. Lo
gozaba inmensamente.
Ella con su dedo en su barbilla le indicó que se
levantara.
Su mirada estaba al piso ahora, él estaba a sus
órdenes.
“Recamara o sofá” le preguntó levantando su
mirada.
“Recamara por favor” le respondió.
“Guía el camino” le dijo ella.
Al llegar al cuarto ella recorrió la habitación
con su mirada y vio su traje, camisa y corbata sobre la silla de la esquina.
Caminó hasta la silla, tomó la corbata y se devolvió frente a él.
“Extiende tus manos” le dijo
El de inmediato lo hizo y ella ató sus manos.
“Si quieres que me detenga di rojo y lo haré de
inmediato, si no te sientes cómodo, pero no quieres que me detenga dime
amarillo y corregiré” Le indicó ella. El aún perplejo, con las manos atadas.
“Entendiste? Tienes que consentir” le insiste
ella.
El logra juntar el aire y le responde “Si, rojo
y amarillo”
Ella lo tumba sobre la cama, deja sus manos
atadas sobre la cabeza de él.
Sin preámbulos, sin juegos previos, ella lo
monta, fuerte.
El grita, pero de placer.
Ella pone sus manos sobre la cabecera y
comienza a moverse como si un jinete cabalgara su corcel. Suave, con ritmo
pausado ella movía sus caderas hacia adelante y hacia atrás.
Ella tenía hambre y el más que dispuesto a ser
su presa.
Sus caderas ya no realizaban movimientos suaves
y rítmicos, ahora ella comenzaba con sus caderas a embestir a Enrique. Sus
caderas eran el azote que ella propinaba a él. Cada vez más fuertes, cada vez
más profundos, más rápidos.
El deseaba tocarla, pero sus manos
obedientemente permanecían donde ella las dejó.
Ella puso sus manos una a cada lado de su cara
y esta vez las embestidas eran más y más brutales. El rezaba por no acabar aún.
La mirada de ella estaba clavada en él y él
podía ver con claridad el demonio que tenía sobre él.
Absolutamente sometido a esta demonio, el
intentaba no acabar.
“No acabes! Hasta que te lo indique” le ordenó
ella.
Ella continuaba sus embestidas. El sentía en cada
embestida como ella llegaba mas y mas profundo dentro de él. Sentía la
estrechez de su sexo, sentía como ella jugaba con las contracciones de este
presionando su miembro.
Lo tenia loco, ya no podía más. Su mirada era suficiente para tenerlo al
borde del estallido.
“No acabes” le dijo ella como si le leyera la
mente
Ella emite un profundo gemido y el siente una cálida
humedad en su ya excitado miembro. Ella
acabó sobre él, mientras que el aún no tenía permiso para acabar.
Levantando solo las caderas se desencajó de él,
pero sólo para volver a montarlo, esta vez por su estrechez.
Él no podía creer lo que estaba pasando.
Ella poco a poco llega a penetrarlo totalmente e
inicia nuevamente el baile.
El tensa las ataduras de sus manos, no puede más,
gime, suplica, está al borde del abismo.
Ella va por más y más. El ya ruega por alivio.
La estrechez de ella presiona por completo el miembro de el en todo su
recorrido, una y otra vez. El siente esa presión subir y bajar, siente su sangre
hervir, siente que va a estallar en cualquier momento, pero saber que aún no
puede, como un hechizo, lo tiene al borde, sin poder descargar.
Ella repite ahora los embistes con él, lo lleva
a lo más profundo de su miembro, lo ensarta completo y se mueve con el dentro
hacia adelante y atrás.
Él pone los ojos en blanco, no puede más, gime,
grita. Sus manos atadas aún se aferrar a la cabecera de la cama.
“Acaba” le ordena ella.
Su cuerpo sin tener el control alguno sobre él
cumple la instrucción de ella y revienta en su culo. La llena por completo,
estalla interminablemente. El placer deja su mente en blanco, todo desaparece
por un segundo y una gran paz lo embarga, una satisfacción plena.
Ella se levanta y desata sus manos. Le besa la
frente y agradece por la excelente sesión.
Se gira y camina hacia su ropa. El desde lejos,
perplejo, aun embriagado por el éxtasis, la ve como se viste.
Ella se gira, te tira un beso y se va. El aún
desnudo sobre la cama cae en cuenta que nunca supo su nombre.
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